miércoles, 21 de mayo de 2008

Colaboración

De Martín Kohan solamente leí "Dos veces junio", porque habla de Quilmes. Y un artículo sobre "Los rubios", con el que coincidí en todo.
Santiago Meilán gentilmente me mandó esto para que saliera publicado en zona churrinche pero, bueno, este es el espcio que por ahora tengo para ofrecerle. Ahí va el texto.

Ciencias morales, de Martín Kohan (Anagrama, 2007)

por Santiago Meilán

Recuerdo, hijo de padre ausente, hijo-de-padre-ausente-voluntario-sanitario-en-la-guerra-de-Malvinas, hijo-de-padre-ausente-voluntario-del-ministerio-de-acción-social-en-las-inundaciones-del-82-en-el-Chaco, con esta novela de Martín Kohan, una sensación similar a la que aterrizaba con cierta solemnidad en las marchas de los noventa con el arribo de ‘los del nacional Buenos Aires’. Siento en ese balance que Kohan hace de su paso por los claustros del Colegio Mítico que fundara Bartolomé Mitre, la gravedad de una infinidad de alumnos tradicionalmente-ausentes-de-padres, para mejor proveer de la patria en las aulas de ese secundario modelo de la ciudad de Buenos Aires.
No ahora, sino en la época de Juvenilia, los alumnos que luego de una crianza más o menos supeditada a las estipulaciones de ‘padres’ al estilo de Sarmiento, Roca, y luego Alem y más tarde Justo (el militar), u Onganía, eran depositados en manos de la educación pública como pista de despegue a sus estudios en el extranjero, como Belgrano mucho antes, y después Carlos Octavio Bunge, Ramos Mejía (el parangón es injusto), para un retorno reluciente y suficiente a los efectos de comandar los destinos de la patria. Es así, hay algo de esa excepcionalidad en la novela de Kohan, pero allí también, como en la vida real, el drama se come todo privilegio.
No es una novela, como se ha dicho, del Colegio Nacional Buenos Aires. Como verdadera novela, el personaje no es la historia, ni las anécdotas, ni la convivencia molesta de ‘los de provincia’ con ‘los porteños’. A eso también se ajusta cualquier alumno del Nacional. Si uno entra en el Colegio, hoy, o en cualquier dependencia vetusta de la égida del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, puede llegar a presentir el paso de las mulatas de otra época, las caballerizas improvisadas en los descansos de entrada, los actos escolares tan mussolinianos como pletóricos. Esos límites vuelven, digamos, más democrático cualquier intento exclusivista que podría haber en la conciencia de grupo.
Es la historia del trabajo, cumplido azarosamente, a la sombra de los ‘padres’, los rectores, los políticos, los militares. De un conscripto que manda postales desde el confín del devaneo militarista, de una madre devastada por un maridaje excesivo, y una chica, una estudiante de letras piensa uno, que tuvo la osadía de irrumpir con sus indagaciones el mundo masculino de una larga tradición paternalista quebrada en 1983, en la Argentina, y no tanto antes, en el Colegio Nacional. De la “transgresión de la regla” (p. 102) en los días aciagos de 3ro décima, la división en la que María Teresa es preceptora, celadora.
Kohan remite a los rastros cuyos destinatarios no son sólo los egresados del Colegio Nacional. Desde la historia del personaje, pone en conexión referencias a la opresión que cualquier institución secularizada imprime en sus miembros. A María Teresa, la protagonista de la novela, la ha obsesionado la posibilidad de que en horas de clases, los alumnos fumen en el baño: “Por fin un día siente que uno entra... Oye todo, siente todo: el alumno se ha parado frente a los mingitorios que ella ya conoce bien. Se suelta el cinturón, se baja el cierre de los pantalones. Ahora ha de estar sacando con los dedos esa cosa de adelante, la estará sujetando ahora. Ella casi no respira, para no delatarse, aunque entrevé que no es esa la única razón de que el aire un poco le falte...” (p. 103)
Pero no se trata de un personaje resignado. En este caso podría ser una criatura arrojada al mundo de la severidad. “Servelli en su costumbre consabida, la de reírse siempre, sin motivos y a destiempo; pero esta vez lo hace en la peor de las ocasiones posibles... El señor Prefecto está recorriendo los cursos del turno vespertino.” (p. 37) Una movilización en Plaza de Mayo hace advertir a las autoridades sobre el conflicto que se avecina con la guerra de Malvinas. María Teresa es el ojo por donde todo ese proceso cierra en la mirada de Kohan. “En el momento de tomar distancia, esos dos varones (los primeros más bajos después de las señoritas más altas), que en tercero décima son Iturriaga y Capelán, deben apoyar la mano, y mejor que la mano la punta de los dedos, en el hombro de las chicas de adelante, que en tercero décima son Daciuk y Marré... María Teresa debe fijarse,, escrupulosa, en lo que pasa con esa mano de varón en cada hombro de mujer, mientras dura la situación de la toma de distancia, una situación que no tiene, como lo tiene el timbre del final del recreo, un lapso de extensión fijo y predeterminado, sino que depende de la decisión personal del señor Biasutt, el jefe de preceptores.” (p. 13)
Martín Kohan se ha hecho acreedor con esta novela, del premio Herralde 2007, para el cual un jurado compuesto entre otros por Enrique Vila-Matas y el mismo editor José Herralde, por mayoría lo sumó a la nómina de galardonados en la que se cuenta en los últimos años con nombres como los de Juan Villoro y Alan Pauls. Pasa con la novela de Kohan “lo que pasa con las risas, que si todos los otros se ríen, uno comienza a reírse también, sin saber el porqué,” la historia de expulsiones en el Colegio se remonta al mismo Miguel Cané y sin embargo el peso de la pertenencia se vuelve hondo hasta el punto de la languidez. Ricardo Monner Sans, cuenta las penurias que sufría por la aprensiones de su padre porque siguiera los estudios en el Colegio Nacional (Rotunno-Guijarro, 1993: 169).
María Teresa, la personaje de Kohan, es la mirada que observa, cargada con el bagaje de la institución: “Marré levanta la mano, pide la palabra. La profesora Perotti se la concede... María Teresa se queda un poco descolocada, o quizá solamente sorprendida, con la intervención de Marré. No por lo que ha dicho, que no lo evalúa, sino por el hecho mismo de que tomara la palabra y hablase. Era tan continuo y firme el uso de la palabra de la profesora Perotti, que no se le ocurrió pensar que alguien pudiese intercalarse en ese discurso e intervenir.” (p. 124)